vie. Abr 18th, 2025

Roswell, en Nuevo México, Estados Unidos, es una ciudad muy particular. Cualquiera que pase un rato por allí podrá notar que el pueblo parece ciencia ficción o al menos tomado de una convención sobre este tema. No hay cuadra en ese lugar que no tenga en algún lugar a un hombrecito verde de ojos grandes pegado a una ventana o reflejado de alguna manera en alguno de sus locales.

En 1947, la ciudad sufrió un “incidente” que marcaría su identidad hasta el día de hoy y que convirtió el lugar en un centro de interés para la misma. El 2 de julio de ese año, un granjero llamado William “Mac” Brazel descubrió extraños escombros en su rancho, aproximadamente a 30 millas al norte de Roswell. Los restos incluían material flexible similar a una lámina de aluminio, vigas metálicas delgadas y piezas de plástico. Brazel informó del descubrimiento a las autoridades locales, quienes a su vez notificaron a la Base de la Fuerza Aérea. El comandante de la base ordenó una investigación y emitió un comunicado de prensa afirmando que habían recuperado un “platillo volante” estrellado. La noticia se difundió rápidamente y provocó un frenesí mediático.